El
cielo se parte en pedazos a mi paso sobre el andén que comunica a la estación
del Bus con el Metro, de entre las nubes caen y mueren ángeles de odio y de
guerra, de amor y compasión, al caer sus cabezas chocan contra el suelo
partiéndose como huevos, dando a luz a seres sin forma que parte por parte se
van reuniendo y construyen personas grises, trajes grises, bigotes grises y
portafolios grises, no pasan dos segundo de haber reunido sus piernas y brazos
cuando ya caminan y pisan el césped muerto para llegar más rápido a donde sea
que vayan, paso tras paso dejan tras de sí un líquido viscoso y negro, parecido
al chapopote, que se impregna en el suelo y apesta a mierda de caballo, a
corrupción y enfermedad, mierda de los caballos de los jinetes del apocalipsis.
Elena,
Elenita, Elenota, mi Elena. La muchacha de la barbilla pronunciada y el pelo de
colegiala inocente que tanto me fascina, que despierta en mí el recuerdo de los
hombres habitantes de cuevas, de repente todos se transforman en servidumbres
de mi pesadilla, arbustos y fieras surgen en la periferia de mi vista y sobre
ellos como un rey todopoderoso que sabe lo que haré estás tú, esperando mi
ataque, llamándome con esos ojos negros que me intentan seducir lográndolo por
completo, no, no más, te suplico, haces mutis a mis llantos de cría
convaleciente, te crees madre con hijo con fiebre y me tomas entre tus brazos
solo para clavarme por la espalda el cuchillo envenenado de unos labios rojos y
hermosos como los tuyos.
Es
entonces cuando entre oración y oración surge una guerra interminable entre el
mundo real y maldito y el amor real y maldito y se destrozan a puñetazos de
hojas y páginas con tiempo de mi vida que también es la tuya porque solo
existes dentro de mí como un sueño que lucha por tomar forma de entre las
líneas de estas letras, quien sabe, tal vez algún día al quemar estas hojas
nazcas de entre el humo y el carbón junto con los hombres grises del metro y
los ángeles de caparazón de huevo, date prisa, no resistiré un momento más sin
sentir el fuego divino del mundo quemado que ahora está peor, dicen los viejos,
como les dijeron lo mismo sus viejos y a ellos los suyos.
Debo
encontrarle final al texto, decir qué pasó contigo o con los hombres grises, qué
resultó de la guerra y si hubo o no un claro vencedor pero no podré hacerlo
porque de saberlo moriría, y moriré, posiblemente sea de tristeza sabiendo por
fin que los sueños, sueños son, o de angustia al verme reflejado en el inválido
que ahora está frente a un computador cliqueando teclas, intentando decirle al
mundo que lo odia y lo ama, tratando de no mirarse, de olvidarla e ir por ella.
Cuando lo acepte se romperá mi caparazón.